Ernest Hemingway and Me

Rebekka Rebekka
3 min readJun 17, 2021

El primer libro que leí de este eximio escritor de las letras estadounidenses, que recibió en los años 1953 y 1954 los premios Pulitzer y el Nobel de literatura respectivamente, fué “Por quién doblan las campanas”; no es mi idea hacer un resumen del libro, sino intentar describir mis sensaciones, mías y de nadie más; que sembraron en mi persona un afecto personal de muchísima admiración hacia Ernest, en un tono emocional por alguien al que nunca conocí personalmente.

Lo que destacó a Ernest era el poder de fundir sus vivencias y su narrativa lo que le dió una marca, un sello característico en el medio literario y periodístico de su país, que fué valiéndole tempranamente el reconocimiento de la prensa de esos años y de los editores más importantes y de los menos también, en general del ambiente de los escritores de Estados Unidos.

Aunque debo confesar, que sí, me hubiese encantado compartir con él la parte inferior de un vaso ancho del whisky de una cierta marca, a una cierta temperatura natural, con alguna ligera tibieza que libera lenta y sensualmente todos sus aromas y ese sabor masculino, ya bien conocidos por quienes disfrutamos de este elixir, al igual que lo hizo E. H. y uno de esos habanos que eran sus predilectos y originarios de la isla, hechos a mano por las negras, que los aprensaban entre sus musculados muslos sudorosos impregnando cada hojas de tabaco , para darles esa forma en un disimulado sentido sexual; de esos puros habanos fumaba el genial Ernest, en una representación de disfrute de evidente sexualidad con Cuba.

Ambos, él y yo sentados en amplios sillones de cuero con respaldos altos para apoyar nuestras cabezas y lanzar al cielo el blanco y grueso humo de nuestros puros, en forma de caprichos apasionados, como los besos de nuestras mulatas enamoradas, entre sorbos de whisky rudo y envejecido, en el malecón de la Habana, viendo acercarse a un viejo botero de maderas desvencijadas, con su piel ajada por la sal, el sol, la pesca con los surcos en sus manos como testimonios silenciosos; o en Barcelona, quizás viendo a los toros correr desbocados, o en cualquier otra parte de sus novelas.

El señor Hemingway ya no se le encuentra entre nos desde hace muchos años, pero si le podemos encontrar notablemente en toda su increíble trayectoria como columnista, corresponsal y escritor genial, que nadie tendría el valor de poner en duda.

Simplemente desde que comencé a leer sus primeras líneas, la fascinación fué como si un rayo me hubiese golpeado recorriendo cada fibra de mi, que con la fluidez de su relatos espontáneos, refrescaba toda mi aburrida cotidianidad de mis años de aquel entonces, haciendo de cada una de sus palabras algo que respiraba y latía, que con cada aspiración, con cada latido, se tornaba en vida lo que sería su línea editorial personal, que se vertió en cada una de las letras, comas, guiones, exclamaciones, preguntas, y todos los signos habidos y por haber que se encontraban en la sencillez de su vieja máquina de escribir Underwood, alimentada por la vivencia propia del notable escritor.

No tengo la menor duda que Hemingway modeló una parte importante de mi masculinidad, para un chico carente de referentes importantes en la etapa de mi desarrollo cuando el carácter comienza a definirse sin vuelta atrás, y en la que a mi padre ya lo había descartado, no obstante, amaba a mi viejo, mi deshumanizado padre, con la plena conciencia que no sería como él.

--

--